Wednesday, June 4, 2014

Distinciones entre la revista Orígenes y el Origenismo- Rafael Rojas

Texto originalmente publicado en el blog Libros del Crepúsculo, del historiador y ensayista Rafael Rojas


Hojear Orígenes

Varias décadas llevamos, en medios intelectuales y académicos cubanos, debatiendo ese fenómeno cultural llamado Orígenes (1944-56). Si ese debate no escenifica una dialéctica de la tradición, que preserva el decadente estatuto de una “literatura nacional”, que vengan Borges o Bloom y lo vean. Sin embargo, luego de revisar todos los números de la revista, con el propósito de reconstruir sus estrategias de traducción, me pregunto si realmente hemos leído Orígenes, la revista, si no hemos confundido Orígenes con el “origenismo”, que es otra cosa.

Digamos para abreviar que el origenismo es el relato sobre Orígenes, construido por Lezama en los 60 y 70 y, sobre todo, por Vitier, entre los 80 y 90. Un relato que apunta a una religión, una ideología, una política y una manera de entender la literatura como “cifra de las esencias poéticas de la nación”. Como sabemos, hay momentos de la obra de Lezama que convergen en ese origenismo y otros que no. Lorenzo García Vega, que persistió, a su modo, en la confusión entre Orígenes y el origenismo, iniciada, tal vez, por Lunes de Revolución, tuvo, en cambio, muy clara la diferencia entre Lezama y el origenismo.

Para empezar, Orígenes, la revista, se definió a sí misma como una revista de “arte y literatura”, entendiendo por arte, pintura, escultura y música. No fue aquella una revista literaria sino una revista cultural, pero la hemos leído, fundamentalmente, como revista de literatura o, específicamente, de poesía. No se entiende Orígenes sin la pintura de Mariano y Portocarrero, Amelia Peláez y Wifredo Lam y sin las críticas de arte de Guy Pérez Cisneros, James Johnson Sweeney o Robert Altman o los escritos sobre música de Julián Orbón.

Aunque era la poesía el género primordial de los miembros de grupo, Orígenes publicó mucha narrativa no origenista que los estudiosos, por lo general, no leen: Alejo Carpentier, Enrique Labrador Ruiz, Lino Novás Calvo, Lydia Cabrera, Alcides Iznaga, Guillermo Cabrera Infante… Al lado de toda la narrativa que se publica en la revista y de la voluminosa oferta de poesía internacional, especialmente norteamericana, francesa y española, la poesía de los propios origenistas deja de ser un texto central en la publicación.

No creo que hayamos aquilatado, verdaderamente, el cosmopolitismo de Orígenes. La revista no fue, como tanto se ha repetido, la coronación de una genealogía de revistas católicas previas (Espuela de Plata, Clavileño, Nadie Parecía) sino algo nuevo: una transacción entre Lezama y el gran articulador de esa red internacional, que fue José Rodríguez Feo. Hoy por hoy, el mayor damnificado del origenismo, el neorigenismo y los críticos de ambos, es Rodríguez Feo, no Piñera. En tan sólo cinco años, de 1945 a 1949, Rodríguez Feo ensartó varios círculos foráneos a esa red internacional. 

Cuando la revista es fundada por Mariano, Lozano y Lezama, en 1944, éste último se relacionaba con un pequeño grupo de escritores de la isla y, acaso, con Juan Ramón Jiménez y María Zambrano. Con Rodríguez Feo la red se abre a los modernistas norteamericanos (Eliot, Williams, Stevens) pero también a Katherine Ann Porter y Elizabeth Bishop, más los críticos literarios Francis O. Mathiessen y Harry Levin, que habían sido profesores suyos en Harvard, a surrealistas y existencialistas franceses, como Louis Aragon, Paul Eluard y Albert Camus –con frecuencia se dice que las traducciones francesas eran de Lezama y Vitier, pero algunas de las primeras también fueron de Rodríguez Feo, quien tomó un curso intensivo de francés en Princeton- a los más jóvenes del exilio español (Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda…) e, incluso, a los mexicanos y argentinos, que llegan a la revista, también, gracias a Virgilio Piñera. 

En aquellos años, Rodríguez Feo viajó con frecuencia a Nueva York, Madrid, París, pero también a México, donde se entrevistó con Alfonso Reyes y consiguió las portadas e ilustraciones de José Clemente Orozco y Rufino Tamayo. No hay mayores rastros del viaje de Lezama a México, en 1949, con Gastón Baquero, en la historia cultural mexicana, pero no sería difícil reconstruir la historia de los viajes a ese país de Rodríguez Feo, a fines de los 40 y principios 50, sus entrevistas con escritores y pintores, a quienes conoció, en buena medida, gracias a su amiga María Luisa Gómez Mena, pareja por entonces de Manuel Altolaguirre, y ubicada en el centro de las élites culturales del D.F. 

La relación entre Rodríguez Feo, Gómez Mena, José Gómez Sicre, Lozano, Mariano, Amelia y otros pintores, en aquellos años, apunta a una conexión de Orígenes con las clases altas de la isla que no se ha querido estudiar. Habría que reconstruir con mayor exactitud la lista de suscriptores de la revista para hacernos una idea más aproximada del apoyo de la burguesía cubana a la publicación –más allá del dato elemental de que fuera el hijo de un hacendado azucarero quien financiara íntegramente la revista por más de diez años- y para volver a tejer, imaginariamente, aquella red internacional que distingue Orígenes no sólo de otras revistas anteriores y posteriores sino de la mayoría de las revistas latinoamericanas de su época, a excepción, tal vez, de Sur.


Si entendemos la revista como negociación entre Lezama y Rodríguez Feo es más fácil comprender el paradójico editorial del primer número en el que se hablaba, por un lado, de la poesía como “penetración en la casa del ser” y, por el otro, de una “tradición humanista de la libertad”, fácilmente asociable a la herencia “americana”, de Melville y Whitman, Emerson y Santayana, que Rodríguez Feo defendió en sus primeros ensayos en la revista. Hay un momento, en ese editorial del primer número, que puede leerse como confesión indirecta de que la revista está atravesada por diversas corrientes internas, que se disponen a coexistir en una “tensión” o en una “fiebre”.

El malestar de Lezama, Vitier y otros miembros del grupo con esa idea “humanista” de la cultura, que incluía registros contradictorios como Heidegger y el fundamento de la metafísica, Nietzsche y el nihilismo, Camus y el existencialismo, Santayana, Eliot y el modernismo, Salinas, Guillén y la nueva generación del exilio español y que no excluía, a su vez, la filosofía y la crítica cultural académicas, comienza a hacerse perceptible en la correspondencia entre los dos codirectores desde fines de los 40. En algunos números, como el 6 de 1945 o el 22 de 1949, llegó a predominar la idea de la cultura de Rodríguez Feo. A partir de este momento, cuando aparecen el primer capítulo de Paradiso y las últimas colaboraciones de Virgilio Piñera, Orígenes comienza a volverse otra cosa. 

El número 26, de 1950, con el homenaje a Arístides Fernández, será propiamente el primer número de la “familia Orígenes” (Lezama, Gaztelu, Vitier, García Marruz, Diego, Orbón y García Vega). Ahí está la raíz del mito de la “pobreza” y el nacionalismo de Orígenes, como reconocería luego García Vega. A partir de entonces el rol de Rodríguez Feo como ensayista se debilitará notablemente y la ausencia de Piñera privará a la revista de su más clara voz discordante. Rodríguez Feo ejercerá una última resistencia a través del envío de colaboraciones de los más jóvenes de la generación del 27 y de algunas de sus últimas traducciones de norteamericanos y franceses. La “Crítica paralela” de Jiménez a Aleixandre, Guillén y Salinas es, también, la crítica de Lezama y la “familia” a la idea cosmopolita de la cultura de Rodríguez Feo. 


Aún así, si alguien está interesado en constatar el peso de la red internacional creada por Rodríguez Feo, que hojee los últimos números dirigidos por él. Ahí verá un Comité de Colaboración compuesto por Vicente Aleixandre, Enrique Anderson Imbert, Jean Cassou, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Harry Levin, Alfonso Reyes y hasta María Zambrano. Luego de la ruptura, esas conexiones se fueron con Rodríguez Feo y fue ese cosmopolitismo el que, en buena medida, fundó Ciclón y propuso, por primera vez, “borrar” Orígenes. No todo Orígenes, desde luego, sino el Orígenes de la familia. A partir de Lunes y, sobre todo, en las dos últimas décadas, los llamados a “olvidar Orígenes” disolvieron todo Orígenes en el origenismo.

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