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Friday, August 8, 2014

George Yudice, sobre gestión y estudios culturales.

Entrevista de Rossana Reguillo a George Yudice, publicada originalmente en la revista cultural Magis.  Noviembre, 2010.

En una época en la que las trasnacionales acumulan poder cultural y acaparan ganancias frente a los países llamados periféricos, el trabajo de George Yúdice ha mostrado que la cultura puede ser legitimación de proyectos de desarrollo urbano (museos, turismo) o de crecimiento económico (industrias culturales); también ha mostrado cómo la cultura opera como fuente de empleos y en la resolución de conflictos sociales
Aunque sea muy fácil charlar con George Yúdice, no es nada sencillo hablar de él, por razones que intentaré explicar. Yúdice es estadunidense —neoyorquino—, pero si los aviones otorgaran certificados de nacionalidad, George sería un ciudadano aéreo. Yúdice se ha apropiado de tal manera de los lugares que visita, que en Brasil parece brasileño, en El Salvador, salvadoreño, y en Costa Rica, tico. Sin embargo, conserva ese aire tan propio de los neoyorquinos —una ciudad que me fascina porque en el metro nunca nadie se parece a nadie—: camina con rapidez, posee una erudición abrumadora, es buen bailarín de salsa y gran conocedor de música; es un tipo peculiar: no bebe, no fuma, hace ejercicio, toma vitaminas y nunca lo he visto de mal humor. Pero quizá sean dos atributos los que lo definen claramente: es un curioso irredento e irredimible y un trabajador incansable. La curiosidad y una sorprendente capacidad de trabajo son su fortaleza, a la que se une una enorme generosidad para compartir sus saberes, que son muchos.
Se trata, pues, de un activo productor de ideas, pensamientos y proyectos; un nómada que se fuga a todo intento de etiquetarlo en una categoría única, en una disciplina, en una nacionalidad. Las banderas de Yúdice son múltiples y fascinantes, porque en su trabajo, en su escritura, en su posición política, lo único que queda claro es su enorme capacidad de someter a prueba toda conclusión, todo pensamiento acabado. La suya es la voluntad de encarar la pregunta por la contemporaneidad desde un territorio que ha sabido construir en el cruce entre su fina formación en estudios literarios y el “sociólogo de la cultura” que lleva dentro.

 
¿Cómo llega Yúdice a interesarse por las industrias culturales, las dimensiones estructurales de la cultura, por las políticas culturales, por la globalización?
Bueno, sí es correcta tu apreciación, con la salvedad de que desde que terminé mi tesis doctoral, en el 77, me interesé por temas culturales. Fue a raíz de mi involucramiento con la Fundación Rockefeller, a finales de los ochenta, que empecé a trabajar con gente como Juan Flores y Jean Franco, cuando comencé a reflexionar sobre qué políticas había para el financiamiento de proyectos. Yo tenía que gestionar fondos para mis proyectos y eso me llevó a otro lugar. Siempre me encontré con que hay políticas particulares, hay barreras: “Estos temas sí, éstos no”, y que había algunas cuestiones dirigidas en el financiamiento de la cultura.
Hacia 1992 o 1993, en la Universidad de Nueva York, nos encontramos con Néstor García Canclini. Con otros colegas teníamos un programa de Estudios Culturales y queríamos establecer un vínculo para hacer un encuentro, una red internacional. Hicimos un primer encuentro, invitamos a un montón de gente y ahí empezó todo. Me di cuenta, por ejemplo, de cuáles temas de la cultura interesaban a una fundación y no a otras. Por ejemplo, desde Estados Unidos se me exigía que los invitados de América Latina fueran lo más cercano al imaginario estadunidense de minorías. Desde América Latina era al revés, querían que viniera [Fredric] Jameson o fulano de tal, un interés por “los grandes”.
  
 A estas alturas, esto no resulta extraño; me refiero a que tu trabajo ha mostrado justamente cómo operan los imaginarios en la formulación de políticas culturales...
 Sí. Fui también jurado para varias organizaciones, para la asignación de fondos. Pude ver claramente cómo funcionan las políticas y me fui interesando en políticas que ya no eran sólo las de las fundaciones, sino también las gubernamentales, las de tercer sector.
 Aparecía ya el Yúdice que conocemos hoy. Fueron momentos duros en Estados Unidos.
En el caso de Estados Unidos, tuvimos las guerras culturales a comienzo de los noventa, porque el gobierno cortó los presupuestos para financiar artistas, porque los artistas habían hecho obras que algunos senadores encontraban obscenas.
En ese momento algunos pensaban que las artes no tendrían financiamiento. Pero ahí surge una cuestión importante que luego me llevó al Recurso de la cultura. Muchos empezaron a defender las artes como incubadoras de creatividad que podían tener resultados en otras áreas. Se empezó a generar un discurso que señalaba que se necesitaba colocar a las artes en su relación con otras áreas para poder financiarlas.
Y así fui viendo otros fenómenos, el arte comunitario, el compromiso en los artistas yendo a las comunidades. “Comunidad” en Estados Unidos no quiere decir una comunidad cualquiera, quiere decir pobres —y mejor todavía si son minoritarios—; entonces era la intervención ahí. Eso se financiaba bien, hasta que se rebelaron los artistas y dijeron: “Ahora quieren que nosotros sólo hagamos trabajo social”. Entonces pensé en la idea de Foucault, en torno a la gubernamentalidad que estaba operando ahí. Fue un periodo de observación y de asimilación de lo que estaba viendo, hasta que empecé a escribir sobre eso.
En términos de análisis y de gestión cultural, ¿cómo resuelves la tensión entre el observador de lo micro y el constructor del relato estructural?
Yo creo que donde se ve mejor eso es en el capítulo nueve del Recurso de la cultura, que trata sobre el programa de arte fronterizo Inside. Hice trabajo etnográfico, estuve en las comunidades, entrevisté a los espectadores, a los artistas, a los que estaban trabajando en la organización y resolviendo todos los problemas a los artistas para que pudieran llevar a cabo sus proyectos. Yo estaba tratando de poder interpretar un fenómeno complejo; una alianza entre México y Estados Unidos, pero sobre todo San Diego; no era todo Estados Unidos, era San Diego y una organización de arte de ahí.
Del lado mexicano estaba todo el aparato de financiamiento gubernamental, estaba el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), y el dinero que tenía Tijuana, que era la contraparte de San Diego, era dinero que también venía del gobierno federal. Entonces, observando cómo operaba todo eso, tuve que entrar en todos los distintos aspectos de la producción. Había mucho trabajo de campo, pero había que analizarlo según ciertos parámetros: ¿para qué sirve el arte, por qué muchos de los artistas y algunos de los curadores todavía veían el arte como un vehículo de transformación social? Esta orquestación compleja era para mí en realidad lo más interesante del programa, no tanto la obra de los artistas, ni de los curadores. Por ejemplo, en lo que he estado haciendo en Barcelona en distintos museos, me he dado cuenta de la necesidad de la etnografía. En la Universidad de Nueva York, en el Departamento de Estudios Americanos, requeríamos tres metodologías analíticas a los estudiantes: el análisis histórico biográfico; el análisis etnográfico en los barrios de Nueva York por lo general, y la otra que no era metodología, sino el conocimiento de teorías críticas. Así que la etnografía siempre ha sido parte de mi trabajo.
Estoy convencida de que una de las fortalezas de tu trabajo es tu enorme potencia para hacer del “caso” un dispositivo para pensar estructuralmente. ¿Cómo operas esto?
En parte es un diálogo con los actores: ellos me dan pistas de lo que están haciendo y, por ejemplo, más allá de una curaduría o un proyecto cultural, lo que se pone en juego es la resolución de una serie de problemas. Hay que detectar eso, en diálogo con los actores. Pero también están los aspectos críticos: a la manera de Foucault, uno se pregunta cómo se conduce la conducta de otros; uno se despliega en el resultado de la acción.
 
Cuando apareció tu libro El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global, se armó un buen debate por el subtítulo, por la palabra “usos”, que algunas personas interpretan como “instrumentalización” en su connotación negativa.
Lo que estaba argumentando en ese momento —y todavía me sirve pensar— es que ver la cultura como un recurso nos permite entenderla como una interactividad social que se ve en las teorías de mestizaje o las de integración en el contexto norteamericano o inclusive en las ideas esteticistas de la cultura. Ésta aparece como un recurso civilizatorio que permite combatir las descalificaciones eurocéntricas que han negado la dimensión cultural y estética de algunos grupos, por ejemplo, la de los indígenas. Entonces el argumento es que a través de tu concepto de cultura estás haciendo algo. Se trata de reconocer que esto y esto otro también es cultura. No son los mismos usos, por ello la cultura produce interculturalidad.
Sin embargo, en los territorios de la cultura hay, por decirlo de manera esquemática, “perdedores” y “ganadores”. ¿Cómo ubicarías en este momento un mapa de los usos de la cultura en América Latina?
Claro, es cierto que continúa el statu quo. Cuando uno ve los presupuestos gubernamentales, éstos todavía se orientan prioritariamente hacia cierto tipo de museo, teatro nacional, filarmónica, que tienen grandes presupuestos. Sin embargo, se han abierto posibilidades. En Brasil, cuando entró como ministro de cultura el músico Gilberto Gil, se puso en operación el programa de “puntos de cultura”, orientado hacia otras cosas, sin un criterio único. En un “punto de cultura” podía haber teatro clásico o podía haber una práctica afrodescendiente, es decir, dependía de las comunidades, de lo que se hacía en esos lugares. Lo que yo veo en muchos lugares es que las instituciones mainstream se sienten mucho más amenazadas si se corta presupuesto para un museo, que si se cortan recursos para proyectos en las comunidades. En muchos casos, dependiendo de si el país está en crisis o no, si hay cortes de presupuesto, entran en operación ciertos discursos como distintas justificaciones en torno a la cultura y el desarrollo. Y ahí entramos al tema de la cooperación internacional y su papel en todo esto. Por ejemplo, los españoles lo que promueven es cultura y desarrollo.
Ésa es su agenda, por ahora. Hay muchos niveles y aristas…
Si, ahí aparece la figura del “mánager intermedio”, el que tiene que hacer cosas con la plata que viene de afuera o de arriba, pero que sabe negociar con los proyectos y necesidades locales. Hay gente que lo hace muy bien. La agenda que viene de arriba no coincide necesariamente con lo que pasa en los territorios de la cultura. Los operadores intermedios que van haciendo cosas que favorecen a las comunidades, no siguen necesariamente la misma lógica que viene desde arriba. Algunos lo están haciendo muy bien. En este sentido, acabo de fundar un observatorio de industrias culturales y creativas en Miami, y la idea es que se puedan establecer proyectos interdisciplinarios entre gente de distintas facultades y también con instituciones fuera de Miami y fuera de Estados Unidos con algunas alianzas en América Latina. Éste es un trabajo mucho más complejo porque hay que compatibilizar diferencias de instituciones, trayectorias, intereses. Pese a la complejidad, puede ser muy enriquecedor, por ejemplo en un trabajo entre tres regiones: España, Estados Unidos y América Latina.
En esta lógica, hay que pensar quiénes son los públicos; por ello necesitamos tanto de los productores latinoamericanos que piensan como latinoamericanos y los que piensan como latinos, porque hay una gran división [en Estados Unidos]. Los que son hispanoparlantes, sobre todo migrantes recientes, siguen mirando Univisión y televisión en español, mientras que los hijos de los migrantes hablan inglés y además les parece cursi la televisión en español, y les interesa otro tipo de programación. Entonces, ¿qué quiere decir generar una televisión para latinos? La complejidad es enorme.
Imagino que se topan con muchos intereses.
En el caso que te comento, hay muchas empresas españolas, mexicanas, venezolanas, colombianas radicadas en Miami. Por ello, para el gestor cultural es importante el componente etnográfico, porque los investigadores tienen que ir, acompañar, entrevistar y estar presentes en todas estas iniciativas para recoger información desde las comunidades. Y en América Latina, sobre la contribución de las industrias culturales creativas a la ciudad, casi todo se hace en la ciudad de México, en Buenos Aires, en São Paulo, Río de Janeiro, Bogotá.
Vamos a lanzar una línea de trabajo en ciudades medianas y pequeñas, para ver cuáles son los desafíos, que son distintos a los de las grandes ciudades.
 
 Está también el problema de la continuidad en los proyectos y en las políticas…
Cierto. Muy a menudo la continuidad no se da, porque después de que “fulano de tal” ha estado dirigiendo un proyecto, lo reemplaza otro a los dos años y cambia todo. Yo he sido defensor de una estructura que se da en muy pocos lugares, por ejemplo en la BBC, y que los ingleses llamanarm’s lenghts. Esto significa que el presidente no puede llegar y decir: “Quiten al director de ese instituto”, porque se estructuró de tal manera que es autónomo, o relativamente autónomo. Ahí sí se pueden establecer líneas de continuidad. En otro lugar donde se hace, y que me parece interesante porque es totalmente político, es en Colombia. Allá se hacen planes decenales que superan a cualquier gobierno. Lo interesante ahí es que el modelo nacional ha retroalimentado a los dos municipios: Cali y Medellín.
Es una manera de no dejarse secuestrar por la lógica partidista.
Claro. Uno ve que en el caso de México entra una nueva dirección en Conaculta y echan a todo el mundo y hay que inventar la rueda de nuevo. Y a veces se pierden cosas muy buenas.
Pasando al tema de las tecnologías de información, ¿de cuál eres entusiasta partidario?, ¿cómo ves la situación para la región en estos momentos?
La pregunta que yo me formulo es si esas tecnologías servirán para hacer que los latinoamericanos que están viviendo en condiciones de pobreza puedan pasar de la condición de consumidores a productores. ¿Será posible —me cuestiono— que con las alianzas estratégicas se puedan generar distintos lenguajes a los lenguajes de Hollywood o a los videojuegos dominantes, por ejemplo, que se inventen otras cosas, que se pueda elaborar otro tipo de conocimiento? Es lo que están haciendo, por ejemplo, los nigerianos que dicen: “Nosotros no estamos siguiendo la lógica de violencia y sexo de las películas de Hollywood, tenemos otras tradiciones y producimos dos mil películas”.
A lo que se suma en América Latina el problema de los monopolios. En México, el caso de Telmex, por ejemplo.
Cuando la situación es así, es difícil establecer políticas públicas. Por ejemplo, si se quiere establecer un nuevo proyecto, resulta que ya hay un “dueño” de la banda ancha, de los servicios. Telmex es el dueño, ya que la tecnología más usada en América Latina es el teléfono celular. Para muchos es la herramienta idónea para entrar en internet y hacer cosas, siempre que la tecnología no te limite a simplemente descargar y no producir. Hay unos enormes límites y por eso en un contexto como el de México, donde tienen unas instituciones enormes, Telmex, Televisa, todo esto se convierte en un gran desafío. ¿Cómo pensar que el poder público va a colaborar contra los intereses de esos monstruos? Y tienes el caso de Uruguay, que no tiene la infraestructura, y depende de lo que venga de Telefónica española; o el caso de Costa Rica, donde su telefonía estatal tiene que competir con Slim.
¿Cómo sacarle la vuelta a estas limitaciones?
Pese a las limitaciones y restricciones, es importante que internet funcione, porque eso permite utilizar la tecnología. No existe en ningún país de América Latina, ni en Estados Unidos, una capacitación sobre estos temas —que tiene que empezar no sólo por los jóvenes sino por los profesores, que saben menos que los jóvenes—. Necesitamos una “alfabetización” para operar el mundo del siglo XXI, no sólo audiovisual sino mediática, para aprovechar mejor todos estos dispositivos.
Y además una “alfabetización política”. La época que vivimos es compleja y convulsa. ¿Cómo ves tú el papel de la cultura?
Creo que uno tiene que reflexionar sobre los valores que comportan distintas prácticas culturales. En este sector hay mucha retórica, incluso palabras como interculturalidad, desarrollo cultural, sustentabilidad, se quedan muchas veces en la retórica nacional e internacional. Por ello hay que  entender cómo operan los colectivos que hacen cosas, no todos orientados hacia valores para establecer buenas relaciones sociales. Hay prácticas que se abren paso, como pasó con elhip hop cuando Queen Latifah empezó a competir con raperos, antes de su incursión al cine. Ella disputaba el machismo del rapero. Por eso creo que hay que prestar más atención a los procesos que se están dando, porque no es que estos jóvenes simplemente se dejen llevar totalmente, porque en sus prácticas también hay disputas, y estas disputas permiten ver que no podemos hablar de un proyecto civilizatorio homogéneo y general.
¿Cómo visualizas los desafíos para los nuevos gestores culturales?
En primer término está el problema de la disminución de recursos; y por otro lado se abre la pregunta de cómo trabajar en un momento de fuertes transiciones sociales, políticas. Y está, por supuesto, el problema de aterrizar la gestión; en estos ámbitos hay demasiada gente como yo y poca gente que está gestionando proyectos locales, se requiere mayor protagonismo por parte de estos gestores…
Mi impresión es que en México hay todavía una lógica de gestión muy “decimonónica”.
Totalmente de acuerdo, por eso me interesa tanto lo que se hace a un nivel micro en Río de Janeiro, donde han logrado establecer una cadena de transmisión que permite hacer otro tipo de trabajo aun cuando la mayor parte del dinero municipal vaya a ir a sus museos. Parte del problema es que no entran en gestión cultural suficientes jóvenes de los sectores más golpeados por la crisis o la violencia, donde se necesita otro tipo de políticas que no cedan a esta comprensión de la cultura como “distinción”. La misma sociedad tiene una larga serie de recursos, no hay que olvidar eso. m.
*George Yúdice Es autor del libro El recurso de la cultura: usos de la cultura en la era global, publicado por Gedisa en 2002. Maestro  en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Illinois y doctor en Lenguas Románicas por la Universidad de Princeton. Fue director del Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Nueva York durante seis años; hoy es profesor en el Departamento de Lenguas Modernas y Literaturas de  la Universidad de Miami.
* Algunos de sus libros más importantes:  
Vicente Huidobro y la motivación del lenguaje poético (Galerna, 1978)
On Edge: The Crisis of Contemporary Latin American Culture, con Jean Franco y Juan Flores (University of Minnesota Press, 1992)
Cultura política (Gedisa, 2004)
El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global (Gedisa, 2002)
Nuevas Tecnologías, música y experiencia (Gedisa, 2007)


Monday, June 30, 2014

Por un futuro contemporáneo. ensayo de Iván de la Nuez

Publicado originalmente por y en el blog de Ivan de la Nuez 


Nadie sabe el pasado que le espera.
Proverbio cubano de mi generación.

El futuro ya está aquí, sólo que no está bien repartido.
William Gibson.
 1. Esta historia comienza en el futuro y en una ciudad. Y justo allí, en ese tiempo y ese espacio, a un narrador le es diagnosticada una enfermedad a la vez que al Máximo Líder, hasta el momento intocado y eterno. Entonces, concibe un personaje, alter ego del autor, que tiene una pesadilla recurrente: el dedo del Máximo Líder lo ha elegido para que lo saque a pasear, empujando su silla de ruedas entre la multitud por unas calles algo hostiles que no siempre reconocen del todo.
El escritor se llama Ahmel Echevarría; la novela, Días de entrenamiento; la ciudad es La Habana y el anciano es Fidel Castro. Un Fidel Castro que ahora conoce la realidad del joven, allí abajo, sólo que ya no está en condiciones de modificarla. Ha pasado de pregonar el futuro a habitarlo. Ha dejado de ser inmortal para convertirse en contemporáneo.
En la misma ciudad, el mismo futuro, tiene lugar una explosión. Un Big-Bang devastador del que sobrevive milagrosamente una niña. Una preadolescente que huye, completamente desnuda, por ese perímetro “indeterminable” que es también La Habana. Así que asesina a otro niño al que roba su uniforme de pionero, un atuendo masculino con el que entrará, simultáneamente, en el porvenir y en la pubertad. Un porvenir en el que está llamada a sobrevivir con los roles cambiados, en medio de un enjambre de tribus urbanas, mafias diversas, poderes sin escrúpulo cuya forma estética por excelencia es la de un infinito reality-show.
Todo esto sucede, por supuesto, en otra novela. Su autor es Jorge Enrique Lage, la niña se llama Evelyn y el título evoca, directamente, un descubrimiento que cambió el futuro de la arqueología: Carbono 14. Una novela de culto.
En Ginebra la gente no tiene pinta de estar aguardando por el futuro. ¿A qué viene una inquietud de esa naturaleza en la ciudad de los bancos y los relojes donde todo parece funcionar como un banco y un reloj? ¿Para qué ese sueño si, en otros mundos, cuando un país funciona se le llama, precisamente, “la Suiza” de? ¿A cuenta de qué un sueño tan inútil si, tal como va el mundo, resulta difícil imaginarle a los suizos alguna capacidad de mejora?
Pues bien, en ese porvenir sin porvenir hay un escritor cubano. Y, en contra de lo que cabría esperarse, ha conocido territorios que hacen crujir los engranajes del futuro perfecto. Su nombre es José Antonio García Simón, y ha construido un personaje -David- que se desplaza entre conflictos con inmigrantes, movimientos alternativos, grupos que protestan contra el capitalismo.
David escucha conversaciones de gente totalmente persuadida de que el futuro no está allí, en la pulcra ciudad donde descansa Borges, sino… ¡en La Habana! Una ciudad que es el paraíso de la gratuidad, la educación y la salud. La capital de un país que incluso se ha ahorrado ese estandarte que en otro tiempo guió el futuro de Occidente y que ahora declina sin paliativos: la democracia.
Obviamente, David vive dentro de otra novela, En el aire, y su autor sabe lo que es ser atosigado con las previsibles inquisiciones sobre Cuba. Las mismas preguntas retóricas que han convertido a cada cubano en un oráculo errante –y por lo general errado- de sí mismo. Preguntas que siempre encuentran tiempo para afearle su exilio. Y no sólo porque lo consideren un apátrida, una criatura fuera de su espacio natural. Lo que más les perturba, si cabe, es su estancia fuera del tiempo: ¿cómo es que alguien puede fugarse del futuro así, tan frescamente?
Ahmel Echevarría nació en 1974, Lage en 1979, José Antonio García Simón en 1976. Todos forman parte de la generación cubana posterior al Hombre Nuevo, aquella que surgió del baby boom de la revolución en los sesenta. Los tres manejan claves incómodas para los “transitólogos” profesionales y, en general, para aquellos a los que les gusta conjugar el porvenir bajo el mandato de la perfección. Los tres escriben una literatura no futurista del futuro, si así puede decirse, y testimonian un breve lapso –un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la cubanidad- en el que las largas esperas de todo un siglo se han precipitado sobre el país, aquí y ahora.
En semejante concentración, afloran las paradojas de un país asimétrico en el que tiene lugar una vida poscomunista dentro de un régimen comunista, la problemática identificación entre nación y territorio, una vida que bascula entre autoritarismo y cultura del espectáculo, partido único y turismo, polo científico y remesas familiares, modelo chino y sabor cubano…
Y martillando sobre todo esto, la separación asumida en nuestros días entre mercado y democracia (más bien su colisión), en ese país al que el futuro ha tomado por sorpresa, mientras gobierno, oposición, y sus centenares de transitólogos se lo adjudicaban en exclusiva: para los unos, ellos -y sólo ellos- ya eran el futuro; para otros, ellos -y sólo ellos- pronto lo serían.
Para estos escritores, sin embargo, la transición está más cerca de un limbo entre la predemocracia y la posdemocracia.
Y el futuro es esto.
Ni perfecto, ni deseado, ni prometido. Tan sólo eso que está pasando ahora mismo mientras las autoridades, sus opositores y sus intelectuales se dedican a planificarlo.
2. Empezar por Cuba para hablar del futuro no obedece, exclusivamente, a un estímulo biográfico. Claro que el hecho de haber nacido con la Revolución tiene su influencia. Como la tiene el haber escuchado desde la infancia queaquello era el porvenir y que, en ese tiempo posterior, mi generación, primera y única “libre del pecado original” del capitalismo según el Che Guevara, se alojaría para siempre.
Pero lo cierto es que hoy, lejos de aquel origen incontaminado y con unos cuantos pecados capitalistas adquiridos, esa isla del Caribe aparece como algo más que mi lugar de procedencia: es sobre todo una escala pertinente del mundo, quizá un espejo para calibrar el porvenir y su emplazamiento contemporáneo.
En la Cuba de hoy colisionan dos modelos de futuro en los que lo contemporáneo dejó de ser aquello que ocurría en nuestra época para convertirse en aquello que ocurriría para siempre. Su lado marxista sigue abonado a la historia contemporánea según los términos leninistas, con el socialismo como su última y definitiva parada. Expandida desde 1917 con la revolución bolchevique, esa contemporaneidad se fundiría con la eternidad, de la misma manera que el futuro y el comunismo se habían amalgamado en una sola palabra.
Pero en Cuba tiene asimismo un impacto considerable el desplome de esa noción, una vez demostrada la finitud del socialismo real con el derrumbe del imperio soviético. Y es ahí donde su lado capitalista –con todos los maquillajes que se le quiera aplicar a esta palabra- está obligado a lidiar con la nueva, y asimismo falsa,  contemporaneidad que se abre después de 1989 tras el derribo del Muro de Berlín. Esa otra eternidad también usurpa el futuro en nombre de la inmortalidad, propuesta por el Fukuyama del fin de la historia. El advenimiento mundial del liberalismo infinito que se instalaría para siempre entre nosotros como una distopía lisérgica de Aldous Huxley.
En esa encrucijada, el lado socialista mantiene que la transición ya sucedió, en su afán –discursivo- de eternizar el socialismo. Mientras, su lado capitalista insiste en que la transición todavía no ha tenido lugar, en su afán –no menos discursivo- de eternizar el liberalismo. Para los primeros, Cuba se perfecciona, cambia, evoluciona, pero jamás pasará el puente que ya transitaron los países del Este. Y para los segundos, la transición ni siquiera ha llegado, por la sencilla razón de que no se puede hablar de ella mientras no se convoquen elecciones multipartidistas, se implante a gran escala la economía de mercado y se abra la pluralidad de los medios de comunicación.
Lo que ocultan unos y otros –y lo que estos y otros libros de esta época cubana nos dejan ver- es algo tal vez más sencillo. No es que la transición no sea necesaria, como afirman unos. Ni que la transición no haya comenzado todavía, como rematan otros. Es que, desde hace mucho tiempo, ese país no vivido otro estadio político que el de la transición. Y que ese estatuto transitivo se ha sentido la mar de cómodo a la hora de administrar una contemporaneidad infinita despojada de cualquier futuro.
3. No debe ser casual que sean la historia –encargada de reescribir los hechos- y el arte –que se ocupa de estetizarlos- los dos estamentos en los que esta idea inamovible de lo contemporáneo haya encontrado una raigambre tan fuerte como asfixiante. Ni que “la historia después de la historia” que nos endosara Fukuyama para definir el fin de la era contemporánea corriera tan plácidamente en paralelo al “arte después del arte” con el que Arthur Danto nos atizó para acomodar la estética contemporánea.
La caída de una de estas eternidades falsas, y el ascenso de la otra, son más parecidas de lo que se suele asumir. Ambas coinciden en la sublimación de un presente continuo; certificado por ese prolongado velatorio en el que hemos subsistido durante generaciones, avezados en el arte de amortajar cadáveres a los que ha sido más fácil asesinar que enterrar.
La catarata funeraria no ha conocido fronteras, y así ha ido notificando las defunciones del comunismo y el arte, la historia y el Hombre, la verdad y las ideologías. A partir de ahí, nuestra contemporaneidad sólo podría aspirar a una existencia prefijada -en el post de todas las cosas- y a esa posteridad sin porvenir que Peter Sloterdijk tuvo a bien bautizar como la “era del epílogo”.
En esa cuerda, da lo mismo que Luis Goytisolo decrete el fin de la novela, que Fukuyama valide el final de la historia, que Milan Kundera piense en Bacon como “el último pintor”, que Roger Caillois defina a Picasso como el “gran liquidador del arte” o que Adorno niegue posibilidad a la poesía después de Auschwitz…
Todo eso es secundario comparado con nuestra disyuntiva, que ha sido la de unos zombies obligados a hacer arte después de Picasso, pintura después de Bacon o historia más allá del comunismo.
Acaso el reto para las actuales generaciones –las habitantes del “post”-, ya no consista en notificar, muerte a muerte, todo eso que se acaba y de cuyas carroñas, sin embargo, no dejamos de alimentarnos, en la persistencia de una práctica forense que empieza a aburrir soberanamente. Tal vez sea el momento de nombrar en positivo nuestra experiencia; y esto pasa por enterrar de una vez los cadáveres que le sirven de lastre. 
4. El 9 de noviembre de 2012 se cumplían 23 años de la caída del Muro de Berlín. Era un viernes y ese día Francis Fukuyama lo “celebró” dejándose caer por los almacenes Sears de su barrio. Se encaminó a la zona de herramientas, el Tool Departament, y desde allí escribió un tweet para sus 13.000 seguidores de la época: “me he sentido nostálgico”.
Herramientas, nostalgia, Sears…
La secuencia perfecta para que Fukuyama -el hombre del fin de la historia, el hombre que nos anunció un largo y feliz aburrimiento, el hombre del último hombre- tuviera un ramalazo ludita. Una añoranza por la era del trabajo manual y quién sabe si por la guerra fría. Un fogonazo de melancolía por el bricolage del domingo antes de la barbacoa, tal vez ayudando a su padre a reparar algo en el porche. Abandonado al recuerdo de una época en la que el capitalismo tenía, todavía, tintes bucólicos; con sus batidos en Woolworth, el periódico volando hasta el portal y el litro de leche en la puerta.
El hombre para el cual, parafraseando a Lennon sobre Elvis, antes del 89 “no existía nada”, va y se nos deja abatir un 9-11 por el recuerdo de esos tiempos en los que, por existir, incluso existían la historia y el futuro. Por esa época en la que los humanos del siglo XX aún se organizaban alrededor del porvenir como los humanos primigenios se habían sentado alrededor del fuego. Una era en la que aún eran válidas las metas y en la que alcanzarlas era incluso menos importante que perseguirlas.
Había una misión y la vida quedaba supeditada a tratar de cumplirla…
Luminoso o cruel, producto de la lógica o de las supersticiones, añorado por las masas o urdido por los tiranos, el porvenir dibujó durante siglos los planos de la historia y de las relaciones entre las personas. Sembró el poder y alentó la resistencia. Las pirámides y la Muralla china fueron el futuro. La catapulta y la locomotora fueron el futuro. Da Vinci y Verne fueron el futuro…Y una perra en el cosmos y el hombre en la luna. El futuro fue la Revolución francesa y la democracia. Los bolcheviques y Mao con su larga Marcha. El futuro perteneció a la imprenta y al librecambio, a la máquina de vapor y al comunismo.
Los padres trabajaban, iban a la guerra o hacían revoluciones para que sus hijos tuvieran, precisamente, un porvenir mejor que el suyo. Así que el futuro es, también, todo eso que un buen día no se cumplió. Y eso, tal vez, cayó de repente sobre Fukuyama en aquel aniversario del hecho por el que proclamó el fin de la historia, que nunca significó la muerte del pasado sino la muerte del futuro.
5. Así pues, ya no es que merezcamos un futuro mejor. Es que nos merecemos un futuro a secas. No un futuro mañana, sino ese futuro que está sucediendo hoy y que se nos esquilma en favor de una contemporaneidad que no le deja resuello.
No se trata de una tarea fácil, dado que una causa fundamental de esa pulverización del porvenir en los últimos años no sólo está vinculada a la caída del comunismo. Al mismo tiempo, viene aparejada a la remoción provocada por el auge de las nuevas tecnologías: no fueron pocos los que creyeron que al porvenir ya no llegaríamos por caminos humanísticos sino tecnológicos. El futuro, digámoslo así, sería un destino por el que no deberíamos preocuparnos, para eso estaban las máquinas.
Estos dos grandes eventos –desplome del comunismo, apoteosis de la tecnología- removieron asimismo los temas propios del futurismo, que pasó de ser un asunto optimista para alcanzar visiones apocalípticas. Si rastreamos la ciencia ficción de los últimos veinte años, constatamos que, mientras más verosímiles pueden ser las tramas –la tecnología puede conseguirlo casi todo en una pantalla-, menos habitable resulta ese futuro poblado por cyborgs, congelamientos, sectas posthumanas, catástrofes ecológicas. En casi todas, el hombre es parte del pasado, no sólo porque no tenga lugar en el porvenir sino porque no puede mejorarse a sí mismo como ser humano ni a ese porvenir en el que está obligado a habitar como un homeless.
6. Si el desvanecimiento del futuro estuvo vinculado al fin del comunismo, su reaparición tiene mucho que ver con la creciente certeza sobre el carácter finito del capitalismo. Eudald Carbonell, por ejemplo, no tiene duda de que el capitalismo desaparecerá en el siglo XXI, más que por una revolución, por un proceso de “muerte térmica”. De esto, y del porvenir, habla en sus recientes memorias, que tienen este sugerente título: El arqueólogo y el futuro.
Que un arqueólogo nos ofrezca esas pistas para habitar el mañana podría considerarse, en principio, una ironía. Entre otras cosas porque no se está hablando aquí en términos metafóricos ni en la cuerda utópica que recorre Frederic Jameson al hablar de su arqueología del futuro. Tampoco en la línea de Foucault y su arqueología del saber. Habla la experiencia de alguien que se dedica a horadar el terreno, convencido de que el arcano de nuestro porvenir no lo encontraremos en un juego de anticipación, sino en un ejercicio de excavación. Y esto es así porque el futuro no ha sido aplazado, sino escondido; es preciso sacarlo a la luz antes que esperar por él.
Necesitamos, entonces, una historia del futuro en condiciones. O, al menos, un “recuerdo del porvenir”, como reza en la puerta de una taberna mexicana.
Porque si el futuro ya está aquí: si es esto que estamos viviendo, más nos vale hurgar en las distintas capas de la superficie que lo ocultan antes que seguirlo tapando con las capas de barniz que lo recubren.
Ya lo hemos apuntado: no es una tarea fácil. Es complicado hablar del futuro cuando se nos repite por todos lados el estribillo de que los jóvenes se han quedado sin él. Esto es: clamar por el porvenir entre gente a la que se le ha negado.
Hace medio siglo, en El libro que vendrá, Maurice Blanchot se enfrentó a algo parecido cuando se preguntó por el porvenir de la literatura. En ese libro hay un capítulo -“De un arte sin porvenir”- que no puede ser más explícito. Pero lo paradójico, lo creativo, es que precisamente en esa falta de destino Blanchot encontrara las cifras para esbozar el mañana. Porque el futuro de una vida sin futuro tendría al menos una ventaja: la de no tener como corolario “el poder y la gloria”, sino la condición excepcionalmente precaria del punto de partida. (“Cualquier gran arte se origina en una carencia excepcional”).
Aquel futuro de Blanchot se parece suficientemente a donde nos encontramos ahora. Como si nos hubiera anticipado nuestro presente y a la vez nuestra cobardía por haber cambiado el porvenir por ese presente continuo al que hemos nombrado, para siempre, contemporaneidad.
Mas, a diferencia de lo que entonces veía Blanchot, no parece que el futuro de hoy pueda identificarse con la figura de Moby Dick, la ballena inalcanzable que agita en el horizonte nuestros sueños de grandeza, sino con aquel animal asediado que el pescador de El viejo y el mar sabe que tiene que arrastrar hasta la costa.
Un monstruo que mostramos en la orilla como la prueba definitiva de que hemos lidiado con él, de que está aquí y de que podemos llamarle, por fin, nuestro contemporáneo.
(*) Publicado en La Maleta de Portbou, número 5, mayo-junio de 2014. 
(*) En la imagen, detalle de Revolución una y mil veces, de Reynier Leyva Novo. Se recomienda hacer click sobre ella para entenderla mejor.

Sunday, June 15, 2014

YOSVANY TERRY releases his debut for 5Passion Music, NEW THRONED KING, featuring his group Afro-Cuban Roots: Ye-dé-gbé


AP
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Originally published in twofortheshowmedia  by Chris DiGirolamo. 




NEW THRONED KING is one of the most powerful releases of 2014, from anyone. A unique album that writes a new chapter of Afro-Cuban jazz, it draws on an endangered but deep branch of Afro-Cuban heritage: the arará tradition, from the territory that is now in the nation of Benin (known as Dahomey at the time of the middle passage from Africa to the Americas.)

Before making this album, YOSVANY TERRY was initiated into the arará sabalú cabildo (lodge) in Matanzas, Cuba. After earning the trust of his padrino, he learned a repertoire of sacred music and ceremony – maintained in Cuba since the nineteenth century in a way not possible in Africa – that had been systematically kept from outsiders. He commissioned a set of drums on which to play the music he was learning. So this album is of great historical importance, offering as it does something old that is new.

But this is not simply a folkloric album. YOSVANY TERRY is a composer. He’s an outstanding alto saxophone playerwho’s played with the greatest bandleaders in Cuba and New York, and as the son of Cuba’s best-known shekere player, he’s a natural percussionist. But like other members of his increasingly celebrated generation of Latin jazz musicians, he’s above all a composer.

Greatly inspired by the music of the Afro-Cuban ceremonial repertoire, NEW THRONED KING comprises a collection of compositions that grew from YOSVANY TERRY’s determination to preserve the arará tradition. It presents for the first time the ritual chants of arará sabalú outside their natural ceremonial environment in Matanzas.

These songs are not even known in Havana. In offering musical portraits of the various foddun, or spirits, YOSVANY TERRY’s compositions function as an artistic offering to them that stems from a deep commitment. With invited guests from a variety of places and traditions, NEW THRONED KING traces an arc from Dahomey to Cuba to New York. With the New York-basedYOSVANY TERRY doing research in his home country of Cuba, the project created an open circuit between the Afro-Cuban nerve centers of New York and Matanzas.

If you think lots of people must be doing this by now, think again. There’s not another record like this.

For the musicians of Terry’s Afro-Cuban Roots: Ye-dé-gbé ensemble, playing this music was a commitment beyond the normal call of musicianship, because it requires an understanding of the arará religious practitioner. The jazz side is anchored by Terry’s brother Yunior Terry on bass (who was initiated into the cabildo arará sabalú of Matanzas together with Yosvany) and a grandmaster of harmonic rhythm, Osmany Paredes, on piano. The arará drums are played by a superstellar battery of Terry, Román DíazPedrito Martínez, and, from Matanzas via Oakland, Sandy Pérez, all on arará drums, plus Justin Brownon drumset. Congolese guitarist Dominic Kanza weaves into the music, as does pianist Jason Moran. Sonic environments and ghost voices are created by DJ / sound designer Val Jeanty, who, in Terry’s words, “brings her Haitian cosmogony with her” to a project that celebrates Haiti’s deep roots in Africa. Poet and cultural critic Ishmael Reed recites in honor of the vodúnMase.

What’s vodou doing in there? Born in Camagüey, Cuba, in 1971, YOSVANY TERRY grew up surrounded by African religions. Indeed, they were in his family. From his Haitian-descended mother’s side, he learned the traditions of the rada branch of Haitian vodú, which comes from Dahomey.

His introduction to the arará tradition and its specific hand drums occurred on a trip to Cuba with Steve Coleman’s group upon meeting and performing with the iconic ensemble Afro Cuba de Matanzas.

In the long history of Africans in the Americas, music and spirit keep each other alive. NEW THRONED KING is an ambitious work of new music that seeks to breathe the breath of life into a tradition that only needs one careless generation to die out. In doing so, it demonstrates the creative powers of YOSVANY TERRY and the musicians of YE-DE-GBÉ.

The Story of The New Throned King as told by Yosvany Terry:

THE MUSICIANS OF AFRO-CUBAN ROOTS: YE-DÉ-GBÉ . . .

. . . are well versed in different styles of music, but they also understand the Arará tradition from the perspective of the practitioner of Afro-Cuban religion, so they’re able to place the music on the correct spiritual plane.

My brother Yunior Terry provides the fat beats that inspire dancers. He acts as a bridge between the long line of Cuban bassists and the jazz bass tradition of the US. We share all our family tradition as well as the knowledge of the Sabalú cabildo of Matanzas . . . I have worked with Osmany Paredes for many years. His rhythmic sensibility is equal to that of any great drummer. He is one of the few players of his generation who carries within him the deep legacy of the school of Cuban piano . . .

Pedro Martínez, besides being one of the most in-demand percussionists today, has a voice that connects you with the vodun. He’s a studious musician who carries a lot of tradition under his belt . . .

Román Díaz is the first person I call in New York to consult on anything regarding our folklore. A master drummer who learned from many of the greatest tamboreros of Havana, he and Pedro have a unique chemistry playing together that is manifest in this recording. I have always considered him the spiritual leader of the band . . . Sandy Pérez put me on the right path to meet Maño in order to start the full journey that culminated with this recording. A resident of California, he comes from one of the most important traditional families of Matanzas -- the Villamil family, a founding family of both Los Muñequitos de Matanzas and Afro Cuba de Matanzas. He grew up inside cabildo Sabalú as well as other tierras and cabildos in Matanzas . . . Justin Brown was born and raised in the funky city of Oakland. He brings the flexibility of a modern jazz drummer, but he comes out of the church . . . Dominick Kanza is Congolese, but he was open to learning the Arará tradition. His guitar sound and knowledge were essential to the recording. It wouldn’t be Cuban without the Congo thing. -Yos

THE DRUMS

The core of the sound of YE-DÉ-GBÉ is a set of Arará drums that I commissioned from drum maker Gilberto Morales in Matanzas and brought back to New York. From large to small, they’re called the yonofó, which is the lead drum, the apitlí, and the wewé. There is another drum, called the akotó, which has the largest diameter and the lowest pitch, and which does not always play. Those names are only within the Arará Sabalú tradition. If you go to Jovellanos they have different names, because that’s Arará Majino.

THE COMPOSITIONS

1 Reuniendo la Nación (Bringing the Nation Together) is based on the toque de la nación, also called the toque de la tiñosa. That’s the drum pattern you do at the end of the ceremonies, when everybody’s dancing in the cabildo with the flag of the cabildo, the flag that represents who they are. They dance in a circle, representing the Arará nation. This number doesn’t have any chants. I see it as empowerment. It opens with the drums, plus Val Jeanty, a DJ / sound designer from
Haiti who brings her Haitian cosmogony with her. I hear ghosts in there. It’s contaminated with ghosts. Jason Moran and I, we’re just following them, weaving.

2 New Throned King is an arrangement of chants and drum toques for Asojano, who was known as Babalú in Yorubaland before he came to the Arará land, where the Arará people were expecting him. I tried to envision the patakín [story of the deities] of his coronation.

Walking Over Wave is dedicated to Afrekete, the vodun with a strong similarity to Yemayá. She’s motherly, she’s tender, she’s able to fish and feed the community, but at the same time she could be a big storm.

Laroko is one of the paths of Eleguá within the Arará tradition. These chants have never been heard in Cuba except in Matanzas. I wanted to capture the spirit of Eleguá, and I decided to do it very traditional, just voice and handclaps, then portray him as a trickster with the soprano sax.

Ojún Degara is the name of the old and famous cabildo in Jovellanos. They’re Arará Majino, a different group than Arará Sabalú. I decided to include knowledge from Ojún Degara as a way of incorporating something from their Maji tradition into the album. This is my arrangement of the song they sing at the beginning and close of their ceremonies.

Mase Nadodo tries to portray the energy of the deity Mase, the vodun who is similar to the orisha Oshún. I had gotten to know Ishmael Reed from working together with Kip Hanrahan, and I invited him to contribute something to this song. He was a wonderful collaborator. He wrote a poem that makes a parallel with the women warriors from Dahomey called Minos. The piano arpeggios are trying to re-create the image of the river.

Thunderous Passage is a sequence of chants dedicated to Gebioso, with his power of controlling thunder and lightning. Gebioso is the Changó of the Arará, but this path of him is named Wadé, and doesn’t have a counterpart in the Yoruba tradition. He’s like Changó as a small kid, almost like an Eleguá. This is the only one I presented in its most traditional way without touching it at all, with only drums, to hear the tradition as it has been kept in Cuba.

Healing Power is a song for Asoyí, who is one of the paths of Asojano. It’s very different than “New Throned King,” which is based on a different path of the same deity. Here I’m concentrating on him as a powerful healer. The “horses” of Babalú, or Asoyí, or Asojano have the power to heal conditions you think are incurable.

Dance Transformation is dedicated to Gebioso again, but now in the twenty-first century, and saluting a different path of Gebioso than the earlier one. Like his counterpart Changó, Gebioso is the owner of the drums and the owner of the dance. The arrangement tries to capture his motion.

10 Ileré is “Ilé Iré,” which means the house of joy. It was composed for the project by Dean Badarou, from Abomey, Benin (historic Dahomey), who was a research consultant on the project. It opens the album up at the end to connect with present-day Benin, where I hope to travel. I didn’t use any specific Arará toque for this song. We decided to create something new in this rhythmic language after working with it so much. Since it was the last song, I used it to do an Arará moyuba, which is the salutation to the spirits and ancestors. In it, I’m asking my ancestors and all the ancestors of the cabildo for their blessing on this recording. I see this number as representing the joy and the depth that are always associated with the different African cultures. As everything combines, we realize that it’s a tradition that’s much bigger than ourselves, that exists and is going to exist for a long time.

Sunday, September 29, 2013

PAX: Where They "Cook" Alternative Urban Music "Made In Miami"

by Eva Silot Bravo. All rights reserved.

Article published by the music online magazine Timba.com         

Photos by Alexia Fidere courtesy Eva Silot Bravo. 



Sheltered under an I-95 North bridge, and in a space in which the Little Havana neighborhood is turning into Brickell, or vice versa, one finds the Performing Art Exchange.  In just two years, PAX has become one of the key sites in Miami for lovers of live music.  Like few places in the city, PAX provides a space for the best bands of the local urban music scene while exposing local audiences to musical creations from around the world, with a particular emphasis on Latin America. 
The premise of Roxana Scalia of Miami, the Cuban-Italian owner of the site, in opening PAX, was to provide a space to local and underground art to those who are committed to their craft despite the vicissitudes of the market.  PAX is a place that is necessary given the lack of venues that welcome such talent living in the city.  Roxana had been looking earlier in neighborhoods like Wynwood and Miami Beach but thinks that somehow the place in South Miami chose her.  She liked her location in the old Miami, an area where she lived for a long time. 
One of the most important concerts that have taken place in PAX was the Sergent Garcia concert last May. Garcia is literally a world citizen an alternative Latin fusion pioneer in the World Music scene. Garcia himself calls his sound "Salsamuffin", in which genres of the Caribbean sound universe like Reggae, TImba, Afrocuban and Colombian Salsa is "transcultured"with Hip Hop, Funk, Punk Rock and Alternative.  
PAX has a weekly program allowing audiences to familiarize themselve with all kinds of music. Fridays are usually dedicated to Afro-Cuban music,  Saturdays to World Fusion, the last Thursday of the month is for Samba with the talented Brazilian singer Rose Max, Tuesdays for Electro-Tango, the second Thursday of the month for Afro Funk, and Mondays are for jam sessions, which for some time have included special guest Brian Lynch, an established trumpeter in the world of Jazz and a GRAMMY®  Award winner. 
Once inside, PAX is spacious and relaxed with subdued lighting, sofas, lamps, chandeliers and vintage furniture that makes an attractive, eclectic set.  The curtains are not only decorative but help acoustics, something appreciated when compared to other music venues in the city.  The surprising display of good art on all their walls also speaks to the intention to make this a special place which for some brings together the Latin Hipster scene on the city.  The bar is spacious with affordable prices, especially for beers.  The cover is regularly $10.00 USD, and that seems rational for the quality of music that it offers.  The service is professional, and PAX has free parking.
Few know that Miami has also been "cooking" a local alternative sound with a cosmopolitan orientation for some time that some call Afro-Punk, Afro-Funk, Miami Funk or Miami Rhythm and Blues.  Right now, this urban music phenomenon is eclipsed at PAX with the presentations and exchanges by theSPAM All Stars, Suénalo, Elastic Bond, Afrobeta, ArtOfficial, Deaf Poets, Mr. Haka, Palo!, Bofill, Tommy Cross and the Cuban All Stars, Progress and Los Herederos among others, with local DJs and band from Venezuela, Colombia, Peru and Mexico. 
You can find PAX at 337 S.W. 8th St., Miami FL 33130 (under the I-95 bridge to the left).  For more information, visit http://paxmiami.com
Haga click aquí para la versión en español.

Sunday, 29 September 2013, 10:52 PM

Wednesday, February 8, 2012